El equipo científico interdisciplinario del Centro de Investigación Científica y de Transferencia Tecnológica a la Producción (Cicyttp) del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) Diamante, logró dilucidar aspectos paleobiológicos del mayor ñandú que pobló los suelos de América del Sur. A partir del estudio de un fósil de Opisthodactylus kirchneri –especie extinta emparentada filogenéticamente con las dos especies de ñandúes vivientes–, se determinó que no era más veloces que sus parientes actuales. Para las proyecciones de peso y velocidad se utilizaron “modelos matemáticos y biomecánicos por medio de algoritmos” similares a los que se utilizan en la física y matemática, contó en diálogo con ERA Verde el investigador Raúl Vezzosi. Estos especímenes habitaron zonas del noroeste argentino hasta la Patagonia, hace 7 y 9 millones de años atrás, en el Mioceno Medio a Tardío, cuando “está región estaba separada de la Mesopotamia por un mar continental de aguas cálidas denominado mar Paranaense, que inundaba el centro de Argentina y hacia el Norte”.
“¿Qué tan rápido era el ñandú más grande de América del Sur que habitó el noroeste argentino?”, se preguntó un grupo de científicos de Conicet Diamante para llevar adelante una investigación a partir de una pieza ósea que corresponde a un ave terrestre extinta con incapacidad de vuelo, muy similar a los ñandúes que hoy viven en América del Sur. La investigación fue recientemente publicada en la revista internacional Geobios y con ella se ha permitido revelar los aspectos paleobiológicos de esta ave desaparecida a partir de fósiles hallados. El estudio, explicó el especialista en paleontología de vertebrados de aves y mamíferos de América del sur, Raúl Vezzosi, se realizó a través de estimaciones con formas vivientes emparentadas filogenéticamente, “como comúnmente se conocen a las relaciones de ancestralidad y descendencia entre las especies”.
En este orden, se determinó que este “ñandú prehistórico” en proporciones habría sido un poco más robusto que los machos actuales, pero no se han hecho de momentos estimaciones sobre su tamaño real dado que los restos fósiles estudiados en el 2017 que dieron nombre a la especie, fueron restos de las extremidades posteriores, desconociendo su cadera y otros elementos óseos, indicó Vezzosi a ERA Verde.
MÁS GRANDE, MENOS VELOZ
Lo que sí permitió la investigación es hacer la estimación del peso corporal –en unos 35 kilogramos–, lo cual permitió reconocer una relación de proporcionalidad con los registros de ejemplares adultos de ñandú común –Rhea americana– (10.5–40 kg), del emú australiano –Dromaius novahollandiae– (17.7–48 kg) y del casuario austral –Casuarius casuarius– (29.2–58.5 kg) de Indonesia y Nueva Guinea. A pesar de ser un ave cursorial (aquellas adaptadas para correr), con extremidades posteriores largas y robustas y con una masa corporal importante, las proporciones de sus extremidades posteriores no le permitieron ser un buen corredor –tal como lo son los avestruces y ñandúes. Por esto, los llamativos 50 km por hora que lograba adquirir en carrera, no eran suficientes para superar en velocidad a las especies vivientes (hasta 70 Km./h); aunque puede que haya logrado adquirir un desplazamiento similar a las especies de Indonesia y Australia.
Según señaló Washington Jones, paleontólogo, especializado en aves fósiles de América de Sur, se pudo “conocer el peso corporal –a través de las proporciones de masa– y así logramos estimar cómo se desplazaba en carrera el ñandú extinto de América del Sur, revelando así la máxima velocidad de carrera. Por su parte, Ernesto Blanco –físico especializado en Paleobiología y biomecánica–, detalló que “los resultados obtenidos a partir de ecuaciones alométricas (dimensiones en tamaño), permitieron conocer que Opistodacthylus kirchnerii fue un ñandú proporcionalmente grande, con extremidades posteriores largas y más robustas que las observadas en los ñandúes vivientes”.
Jones concluye que “el hecho de haber logrado preservar parte de los dedos de sus extremidades posteriores (de estos antiguos ejemplares), nos permitió estudiar en detalle estos elementos anatómicos, a partir de lo que interpretamos que este segmento distal habría brindado adaptaciones particulares ante las condiciones paleoambientales imperantes durante el Mioceno tardío de América del Sur, las que resultarían diferentes a las de sus parientes actuales de América del Sur y más próximas con las originarias de Indonesia, Nueva Guinea y Australia, como los emus o casuarios”.
COLECCIONISTA DE HUESOS
En cuanto a la procedencia de los fósiles, procedentes del Mioceno Medio a Tardío, entre los 7 y 9 últimos 7 millones de años, corresponden a lo que su colector, Alfredo Castellanos –médico aficionado a la Paleontología–, denomina como ‘Araucanense medio’. Estas áreas se corresponden con depósitos geológicos situados al noroeste de Agua del Chañar, en el Valle de Santa María, de la provincia de Tucumán. Estos fósiles fueron estudiados previamente por Jorge Noriega, precisa Vezzosi, quien detalla que “se corresponden a restos de huesos de ambas extremidades posteriores, representados por un fémur, tibias, tarsosmetatarsos y huesos de los dedos”.
El investigador que cuenta con su laboratorio en Diamante comentó a ERA Verde que “lo que se ha realizado en esta investigación, junto a colegas de Uruguay, es poder realizar la estimación en velocidad de carrera y su peso –en proporciones de masa corporal– gracias a los fósiles estudiados de las patas que permitieron realizar modelos matemáticos y biomecánicos por medio de algoritmos para poder obtener estos resultados. Es decir muchos cálculos del mismo modo como lo realizan los físicos y matemáticos al intentar encontrar respuesta a hipótesis universales y formular nuevas teorías. Por eso se ha hecho la investigación de forma interdisciplinaria entre paleontólogos, biólogos y físicos que formamos el grupo de investigación”, agregó. Es así que se confeccionaron bases de datos integradas en modelaciones matemáticas y estudios biomecánicos logrados a partir de un modelo desarrollado por los científicos del grupo para aves carnívoras terrestres extintas incapaces de volar cursoriales conocidas como ‘aves del terror’”. Siguiendo este patrón, se obtuvo la información relevante de las diferentes especies de aves terrestres vivientes con grandes extremidades posteriores que hoy habitan el hemisferio sur, como los ñandúes sudamericanos, el avestruz africano, el emu australiano y el casuario austral de Indonesia. “La información obtenida de las proporciones anatómicas que forman las extremidades posteriores de estas aves vivientes, permitieron las comparaciones con las extremidades de la especie extinta”, apuntó Vezzosi.
En cuanto a qué distribución geográfica habría tenido estos abuelos del ñandú, el científico expuso a ERA Verde que “la distribución que se interpreta se debe a su registro fósiles descubierto 60 años atrás aproximadamente, en el noroeste argentino, por el médico y aficionado a la paleontología Alberto Castellano. Existen otras dos especies de este género que provienen de afloramientos del Mioceno de la Patagonia. Uno de ellos y el que da la validez de este grupo de ñandúes extintos se debe gracias al paleontólogo argentino Florentino Ameghino estudiado en 1891”, refirió.
“Considerando estos registros, el género habría tenido una distribución Noroeste y hacia la Patagonia, dado que en aquellos momentos de Mioceno Medio a Tardío –9 a 7 millones de años antes del presente–, está región estaba separada de la Mesopotamia por un mar continental de aguas cálidas denominado mar Paranaense, que inundaba el centro de Argentina y hacia el norte de América del Sur. Por lo que las provincias del centro del país se encontraban sumergidas en este antiguo mar, hasta que se produce el levantamiento de la cordillera de los Andes y la posterior retirada de las aguas y surgimiento de nuevas tierras, que pudieron conquistar posibles descendientes de estos ñandúes y las especies que hoy conocemos”, ilustró.
Con información de Prensa Conicet
De la Redacción de ERA Verde