Por Pablo Sessano (*). Siempre es grato participar de debates con motivo de la Educación Ambiental (EA), resulta esperanzador que sea cada vez más frecuente, y que participen cada vez más instituciones públicas. Y qué bueno que desde el año pasado tengamos una ley para la EA en Argentina. Interesantes resultaron los conceptos del rector de la UNR en la apertura de este evento, especialmente al referir que la articulación entre Universidades y Estado en sí misma no genera nada, debe encontrársele algún sentido y ese ha de ser “sacudir a la sociedad”. Pero la sociedad puede ser sacudida de muchas maneras, por ejemplo, avanzando una intervención del diseño educativo que cuestione el modelo de desarrollo y el modelo de producción agrícola tóxico del agronegocio y promueva formas cooperativas y agroecológicas sustentables; o contribuyendo a su consolidación colaborando con la generación de eventos transgénicos asociados a paquetes biotecnológicos extranjerizantes y que contribuyen a concentrar aún más el capital y envenenan a la sociedad. Una elección por el conocimiento al servicio de la emancipación y la soberanía alimentaria o al servicio del interés exclusivo de los mercados y la consecuente dependencia alimentaria. Son dos formas de sacudir a la sociedad. Las universidades se jactan de ser espacios donde reina la libertad de pensamiento y estas tendencias, aunque del todo divergentes conviven en ellas, aunque no en forma equitativa. El Estado define con sus políticas hacia donde se inclinará más y mejor el esfuerzo y la inversión de las altas casas de estudio. El ambiente, la sustentabilidad y la educación ambiental vienen perdiendo esa pulseada.
Salgamos pues de la zona de confort, en la que siempre nos dejan estos encuentros sobre EA, porque la verdad es que los buenos avances que este campo del conocimiento y la legislación se vienen dando son por demás tardíos, llevamos años de retraso y eso nos sitúa en un escenario que llamaría de emergencia educativa. Porque si la sociedad está en emergencia la educación también lo está. Creo que tenemos que observar el sistema educativo con ojos más críticos en lo que se refiere a su capacidad para contribuir a la transformación que exige la crisis y ello incluye a las instituciones de educación superior.
En mi opinión prevalece una mirada algo naif y una actitud reticente sobre la EA en las instituciones educativas. Tal vez porque cuesta aceptar la imagen que la EA les devuelve sobre si mismas y el histórico papel que han jugado en el desarrollo de un conocimiento que en forma y contenido, hoy se revela como factor activo en la génesis de la crisis de la relación de la humanidad con la naturaleza.
Antes de continuar quiero aclarar que al decir educación me refiero al dispositivo institucionalizado mediante el cual el Estado garantiza la educación en sentido amplio de los ciudadanos. Principalmente la educación formal. No me refiero a la educación que ocurre en contextos locales, especialmente allí donde hay marcados conflictos ambientales. Aunque hemos de asumir que los hay en todas partes y en todo momento; allí hay otras complejidades que no abordaremos en este texto.
En lo que a esa educación se refiere entonces, decía Henri Giraux (referente de la pedagogía critica) en 2019 [1] , justo antes de la pandemia: “asegurémonos de no estar hablando de un futuro que imite el presente”.
La imagen abre la duda y conduce ineludiblemente a preguntarse si la educación que llevamos a cabo ha acusado recibo de la crisis civilizatoria. Sobre todo, en sus tres expresiones más graves por representar situaciones terminales: la crisis ecológica, el cambio climático y la crisis humanitaria, que no es otra que la crisis de la democracia. Y digo terminales porque son irreversibles y aunque la democracia pudiese recomponerse, ello no será posible si no detenemos las otras dos.
En mi opinión ese reconocimiento no se ha dado cabalmente y creo que opera un peligroso mecanismo de negación al respecto.
Estamos en un escenario diferente del de hace algunos años, pongamos por referencia la pandemia, 2019, que marco sin duda, un antes y un después en la percepción de la complejidad que implica la relación de las practicas sociales propias del sistema extractivista/productivista/consumista (de la modernidad si quieren) con los bienes naturales o el patrimonio ambiental. Aunque en rigor los momentos bisagra no existen, sino que vamos en un deterioro progresivo, realmente habría que ubicarlo mucho antes, acaso cuando el Cambio Climático empezó a revelarse como un proceso multifacético grave e irreversible sobre el cual aún tampoco tomamos suficiente conciencia.
Si de algo sirvió la enclítica Laudato si´ del Papa Francisco, fue para poner definitivamente en agenda la crisis integral del sistema de vida que llevamos. Algo que el ecologismo y también una parte de la ciencia anuncian hace mucho más tiempo. Ya casi hay consenso científico sobre el Antropoceno [2] y también lo hay respecto a que hemos rebasado 4 de los 9 llamados límites planetarios, mientras dos todavía representan una gran incógnita.
- Cambio climático, con todos sus componentes.
- La integridad de la biósfera, es decir, la pérdida de biodiversidad y extinción de especies. 1 millón de especies están en peligro de extinción y no solo las necesitamos para vivir, ellas también tienen derecho a la existencia.
- El uso del suelo que consiste en la transformación de bosques, pastizales, humedales y la tundra, principalmente en tierras para la agricultura y ganadería. Y no exactamente para bienalimentar al mundo.
- Los flujos bioquímicos, que abarca sobre todo a los ciclos de fósforo y nitrógeno, que por el uso que hacemos de ellos se vuelven tóxicos.
Y finalmente la carga de aerosoles o partículas en suspensión en el aire, y los cientos de miles de sustancias artificiales inventadas por la humanidad, cuyos efectos y riesgos no se sabe aún cómo medir.
Ello sin mencionar el derretimiento del permafrost y la acidificación del mar procesos que retroalimentan positivamente la crisis climática.
Pero hay que agregar dos más que suelen ser estar ocultos: el crecimiento poblacional y el creciente riego nuclear.
Y, por si fuera poco, la disponibilidad de agua para la vida se ha reconocido al límite.[3]
Estos rebasamientos nos ponen en una situación irreversible. La espiral del crecimiento y el desarrollo infinito han tocado techo. El decrecimiento material ya no es una hipótesis, sino una realidad que, nos guste o no, se está concretando. La disyuntiva que se nos plantea ya no es tampoco Desarrollo a secas o Desarrollo Sostenible (DS), de hecho, si no reconcebimos el desarrollo, el DS deviene oxímoron. Y no lo estamos haciendo. La disyuntiva que se plantea es entre un decrecimiento justo y otro injusto. Y el factor tiempo juega en nuestra contra. 10 años, tal vez 20 es el plazo científicamente aceptado para evitar un colapso catastrófico que lógicamente se verificara en los planos físico y biológico y social y psicológico.
Tenemos que educar para contener y contrarrestar esta tendencia que ya se verifica como realidad. ¿Pero, cuantas generaciones se educan en ese lapso?
Esa mirada naif, esa resistencia a reconocer que la educación ha sido parte del problema, apaña una cierta naturalización sobre la pertinencia de los ritmos educativos.
Así el mundo educativo, después de la pandemia, ¡¡¡solo persistió en regresar a la “normalidad”!!! La conexión intrínseca entre pandemia y crisis ambiental fue profusamente mencionada pero no trascendió la coyuntura sanitaria y jamás ingreso a la reflexión educativa. En parte por distintas razones en parte por coincidir, cínica, hipócrita o ingenuamente, diferentes sectores sociales presumiendo que ahora tenemos una ley de EA, asumen que el Cambio Climático será incluido como contenido educativo, se ampliara la formación ambiental docente, se crearan más cátedras libres, espacios extra-curriculares y diplomados, se capacitara a los empleados públicos y con eso habremos cubierto el problema. Omitiendo advertir que esa “normalidad” es parte del problema y minimizando el Cambio Climático como si fuese un problema más (un tema nuevo a integrar en las currículas) y omitiendo todos los otros limites rebasados y la triste degradación a la que los extractivismos someten a las fuentes de vida y la salud en nuestro país, en el continente y en el mundo.
Bien recuerdan desde Ecologistas en Acción [4] que los cambios por emprender son de tal envergadura que requieren de un enfoque sistémico, en el que lo económico, lo político y lo cultural se articulen en una nueva configuración social que trascienda ciertos mitos e instituciones que arrastra la Modernidad.
Pero los relatos que se van construyendo ante la asunción ineludible de dichos problemas responden a la lógica del capitalismo y no a otra y al paradigma cultural de la Modernidad que, a pesar de sus evidentes fallas, siguen perpetuando la idea de crecimiento ilimitado, y desarrollo y progreso continuos. Estos mantras sostienen que la economía puede seguir creciendo al mismo tiempo que se reduce el consumo de energía y el impacto ambiental, gracias al aumento de la eficiencia y a la innovación tecnológica, como si ambas cuestiones no dependieran así mismo de estos recursos escasos y finitos. Y como, si aun fuese posible, y no supusiera el abandono de un tercio de la humanidad a su suerte y la desaparición de buena parte de las otras especies.
Bajo este marco y estas lógicas, se nos emplaza a una cuarta revolución industrial que nos invita simplemente a seguir apelando a la fe en la ciencia y la tecnología y delegar en ellas las decisiones, en vez de afrontar la complejidad que supone impulsar un profundo cambio cultural. Y la escuela y la universidad siguen siendo esencialmente agentes de este mensaje, empeñados en ignorar el daño que la humanidad está haciendo a la tierra y se está haciendo a sí misma.
¿Que estamos haciendo en educación para asumir esta realidad, cambiar las prioridades educativas y curriculares (pues resulta evidentemente necesario) y acelerar el cambio de conciencia?
Recordemos que en el llamado de Greta Tumberg, aunque ella poco tiene que ver con nuestra realidad, hubo dos argumentos claves que sí son válidos también para nosotros, la inacción de los gobiernos y la inutilidad de la educación para salvar el futuro.
Nos empeñamos desde el sistema educativo en pintar un mundo y un futuro siempre positivo y posible pero ya vivimos de hecho una pedagogía de la catástrofe. Negarlo y seguir haciendo lo de siempre, sencillamente volver a la “normalidad” es por lo menos negligencia.
La dimensión temporal marca el ritmo de la crisis y determina en consecuencia los plazos que tenemos para cambiar. Para bien o para mal, la naturaleza manda, aunque no terminemos de aceptarlo.
Por eso resulta algo obsoleto seguir discurriendo sobre como ambientalizaremos la educación, hace casi medio siglo que lo hacemos o decimos que lo hacemos y poco se ha avanzado. Tratemos de mirar un poco más allá del horizonte que el sistema educativo encorsetado nos muestra, porque en ese marco restringido, la transformación será tardía (ya lo es) y con seguridad insuficiente. Es decir, hemos de reconocer de una vez, que parte del desafío que tiene la Educación Ambiental es transformar el sistema educativo mismo y generar un fuerte influjo que favorezca el cambio cultural.
Es decir, es la educación toda (ambientalizada) o sensibilizada por la gravedad de la crisis, la que tiene un desafío urgente y excluyente: formar sujetos capaces de evitar que el colapso ambiental, ecológico, civilizatorio -que ya comenzó y es inevitable pero susceptible de morigerarse- resulte en el fin de la vida humana y del resto de las especies y logre conservar lo necesario para regenerar la vida y un nuevo orden social, capaz de encaminarse hacia alguna sustentabilidad. ¿No justifica esta urgencia acaso detener por un momento la maquina educativa para volver a pensarla? ¿No fue la pandemia una oportunidad desperdiciada?
En este contexto marcado por negacionismos protofascistas y por promesas desarrollistas vaciadas de sentido, pensando en educación (y no solo) adquiere sentido la citada frase de Henry Giroux: “asegurémonos de no estar hablando de un futuro que imite el presente”.
Animémonos a preguntarnos ¿cuáles son los saberes indispensables, lenguajes competentes y alfabetización pertinentes que demanda una sociedad sustentable? Porque seguro no son los actuales y seguro la Educación para Desarrollo Sostenible será apenas un parche, sino una traición autocumplida.
De todo esto surge una pregunta obligada, ¿quiénes lo hacen? ¿Quiénes cambian el sistema educativo? Porque no cambiara por sí mismo. No cambiara, obviamente, a partir de su dimensión institucional y de arriba hacia abajo. A las instituciones las cambian los sujetos que las habitan. ¿Es posible cierta autogestión educativa con otros sentidos dentro del mismo sistema? Ciertamente creo que sí a condición de hacer un uso eficaz de ese pequeño margen de libertad que el mismo sistema nos habilita para decir y proponer, hacer incluso lo que no está permitido, pero sabemos que es necesario.
Emerge aquí con claridad, el papel de los individuos educadores, esos militantes políticos de la educación comprometida con un profundo cambio social y cultural y con la justicia, que reclama la pedagogía critica. Ese sujeto extraviado en los largos años de liberalismo progre o duro. Todo un tema en si mismo pues remite al análisis de múltiples claudicaciones.
Lo que es claro, es que la educación pública (común) ese tesoro que aún tenemos (al decir de Tito Marengo), sigue siendo la instancia masiva, incluyente (que no inclusiva), legitimada y popular (permítaseme el término) y por eso críticamente definitoria para impulsar una transformación, y allí todavía hay una batalla que dar.
El avance corporativo mercantil sobre el universo de la educación es avasallador y apoyado tecnológicamente, mientras la capacidad de respuesta antisistémica de las estructuras educativas públicas ancladas en paradigmas y prácticas y ritmos obsoletos en términos de la potencialidad requerida por el cambio necesario, las hace funcionales a la lógica del capital. Mientras ésta muta como los virus, sobrevivir, reproducirse es su única meta; aquellas apenas logran inmunizar transitoriamente una parte de las víctimas. Aunque su funcionalidad lo es así mismo, en tanto representan en su propuesta educativa la lógica estatal propia de estados políticamente débiles y subordinados a lógicas globalizadas y colonializados epistémicamente. Allí se inscribe realmente la llamada Educación para el Desarrollo Sostenible a diferencia de la educación ambiental que enraíza en el pensamiento ambiental más situado, latinoamericano y próximo al ecologismo. Por ello, dicho sea de paso, una ley que aspira a responder en simultaneo a ambos paradigmas apenas sirve para abrir un debate. No es poco considerando los antecedentes. Pero es casi inútil considerando los plazos y los cambios implicados que, insisto, suponen sin duda, una revisión de la totalidad del formato educativo instituido.
Por eso solo una reconcepción de los procesos educativos en función de las escalas locales, los territorios/cuerpos y sus conflictos, sus debilidades y sus potencialidades, fuertemente situados y contextualizados en la necesidad de asumir la defensa de condiciones de vida dignas, autónomas y sostenibles desde el territorio, (condiciones que no garantiza el Estado), parece ser la elección necesaria para resistir el nuevo embate avasallante que el poder corporativo despliega también a través de la educación (publica, estatal por acción u omisión).
Ilustremos, brevemente dado el espacio disponible, con unos ejemplos de los más habituales, lo que suele suceder en el sistema educativo cuando se dice que aborda los conflictos ambientales.
Por ejemplo: las energías renovables han sido incorporadas en algunas currículas especialmente técnicas y ya es habitual hablar de ellas en el marco de los procesos educativos en general y junto con los residuos son materia corriente en muchos proyectos ambientales escolares. ¡Genial! Pero de lo que no se habla es de que la basura es un enorme negocio sucio que conlleva enormes injusticias sociales, el reciclado es imperfecto y aunque puede mejorarse no es posible en este tipo de sociedad y además, dada la segunda ley de la termodinámica, la economía circular es físicamente imposible.
Tampoco se profundiza en el hecho de que las energías renovables nunca podrán satisfacer las demandas energéticas a las que nos ha acostumbrado la sociedad fosilista, por tanto, cuando el petróleo se acabe, y ya está acabándose, la única solución será aprender a vivir con menos energía. ¿Cuándo vamos a empezar ese re-aprendizaje? Porque de ese saber depende entender y crear capacidad para vivir el mundo que viene. A menos claro, que lo neguemos.
¿Qué lugar ocupa en el tiempo escolar el cooperativismo como forma de pensamiento, teoría y práctica de vida y como alternativa a la sociedad de la competencia? Realmente ninguno, aunque hay una ley específica sobre educación cooperativa. Pero para la educación financiera sí se encuentran espacios. Y es mucho más frecuente abrir tiempos a fundaciones de empresas que difunden ideas, valores y productos acordes con intereses mercantiles y específicos que a organizaciones que muestren experiencias cooperativas y difundan formas diferentes, igualitarias y justas de asociarse y consumir. Mientras las visitas a experiencias populares cooperativas y ecológicas terminan como curiosidades y excepciones a la regla, las corporaciones mineras y del agronegocio influyen en forma directa en los diseños curriculares.
Desde la educación tenemos que construir la idea y el convencimiento de que vivir con menos es posible y es mejor y que no implica perder sino ganar, apuntar a crear una cultura que vuelva a desear lo simple, lo suficiente, como un horizonte social a construir bajo formas comunitarias. ¿Contribuye realmente eso la educación que se practica?
Hay que atacar desde la educación la riqueza extrema pues siempre es el resultado de prácticas injustas. Nadie se enriquece en extremo sin explotar a otros en algún momento, sin comprometer el derecho de otros a la justicia o sin transferir los costos de destruir la naturaleza -que es de todos- al conjunto de la sociedad. La justicia capitalista (la de la democracia liberal) es injusta por definición. ¿Es este un tópico abordado en la escuela secundaria? ¡¡Claro que no!! En la escuela suele cuestionarse la pobreza, pero no la riqueza que incluso, con el aporte de los medios, genera admiración cuando está asociada al presunto esfuerzo individual a los avances tecnológicos o a la fama.
No tenemos problemas tecnológicos, sino políticos, sociales y la batalla no es por decidir la mejor solución técnica para los problemas ambientales, sino por la transformación cultural que requiere la verdadera sustentabilidad.
¿Qué está haciendo la educación para contribuir a dar la batalla cultural? ¿Porque no dedicar tiempo a tratar el tema de los limites planetarios? ¿Por qué no hacer de los sistemas complejos una materia específica? ¿O de la paz, la calidad de vida o el buen vivir? Cuestiones todas de gran densidad y significatividad sobre las que se ha pensado y debatido profusa pero aun insuficientemente, abordables desde múltiples enfoques disciplinares, políticos, técnicos, ideológicos.
¿Por qué no dedicar tiempo a desmitificar las zonceras, falsedades, sobre las cuales el sistema hegemónico basa su legitimidad y construye una (su) agenda que instala como la de todos? ¿No es acaso ese el primer paso que requiere la construcción de la idea de sustentabilidad? Zonceras Productivistas que como propuso Carlos Merenson (2019) merecen formar parte de una necesaria actualización del célebre Manual de Zonceras Argentinas de A. Jauretche.
Por ejemplo: Imaginar que la teoría económica puede contraponerse con la segunda ley de la termodinámica. Imaginar que el progreso es la constante superación de límites. Imaginar que las necesidades humanas sólo se pueden satisfacer mediante la permanente expansión del proceso de producción y consumo. Imaginar que existen sustitutos para el petróleo. Imaginar que las energías renovables pueden cubrir la demanda actual. Imaginar que la energía nuclear es una fuente de energía limpia o renovable. Imaginar que un sistema que toma prestado contra el futuro sobre la base del crecimiento continuo puede ser sostenible. Imaginar que existe eso que llaman derrame o goteo de la riqueza. Imaginar que solo los recursos que son considerados escasos deben ser usados eficientemente. Imaginar que la megaminería puede ser una actividad sostenible y sustentable. Imaginar que la agroindustria puede ser una actividad sostenible y sustentable. Imaginar que nuestra producción de alimentos seguirá permitiendo que cada vez podamos alimentar a más gente y por menos dinero. Imaginar que las prácticas e insumos de la agricultura industrial no son comprobadamente perjudiciales para la salud humana o el ambiente. Imaginar que el PBI es un indicadores del verdadero progreso y del bienestar. Confundir permanentemente carencias con necesidades. Imaginar que la economía es un sistema cerrado. Imaginar que la ciencia y la técnica podrán resolver cuanto problema se nos plantee… y podríamos seguir [5].
En fin, si la educación está destinada a mejorar las condiciones de existencia entonces ha de cuestionar los mitos modernistas del progreso ilimitado y accesible a todos, en ámbitos como la salud, la educación, la energía, los transportes y el trabajo, como proponía Iván Illich y hacer aportes a la generación de capacidades convivenciales tendientes a fortalecer la autonomía en lugar de promover heteronomías esclavizantes.
Y…porque no “reivindicar la magia [que] es una forma poética de abrazar simultáneamente los saberes otros, las ciencias sociales, el diálogo entre disciplinas, el conocimiento que emana de las prácticas colectivas y de los cuerpos, las ficciones que desplazan el horizonte, la imaginación, la sabiduría de los amateurs y, por qué no, lo que sí nos sirve de la ciencia (que no es poco)” [6].
Boaventura De Sousa Santos decía [7] que hay en el mundo una distribución muy desigual entre miedo y esperanza y, evocando a Spinoza, que la educación esta llamada a equilibrar esta desigualdad que caracteriza a la humanidad y que hay dos instrumentos fundamentales para ello, la educación y el arte. También decía que la humanidad no será una realidad mientras exista la subhumanidad. Y recordaba que tres son las dominaciones que sufrimos: el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado.
Volvamos a preguntarnos. Aun cuando muchos de los asuntos mencionados en este articulo figuren de manera dispersa y velada en el diseño educativo, lo cual habría que comprobar, ¿cuál es la prioridad que se les asigna? ¿cuánto tiempo dedicamos en la educación institucionalizada a problematizar estos asuntos?
Si queremos una escuela que haga honor al propósito de legar futuro sustentable a las próximas generaciones, y no un mero educar la resiliencia (que tampoco pasa) y naturalizar la amnesia generacional, ello exige comunicar que la sociedad que vivimos no es naturalmente así, no es el resultado de una lógica única e inevitable, no ha sido siempre así, la sociedad humana ha tenido momentos más justos, diferentes, momentos que han sido borrados de la historia, momentos que representan ausencias que debemos re-presencializar. Lo que estuvo ausente desde la imposición colonial y todo lo que el sistema hegemónico oculta.
“Sustituir metódicamente las monoculturas por ecologías de saberes”, diría don Boaventura, agregando tres conceptos claves para trabajar:
“Que el mínimo de libertad que nos dejan se convierta en impulso de lucha, que el cuerpo sea el territorio y el territorio el cuerpo, que el principal desafío de educar es, hoy por hoy, crear rebeldes competentes”.
Vivimos tiempos extraordinario, debemos hacer esfuerzos extraordinarios.
[1] Conferència a càrrec del Dr. Henry Giroux de la Universitat McMaster dins del marc de la ‘I Conferència Internacional de Recerca en Educació’ el dia 4 de novembre de 2019 al Paranimf de la Universitat de
Barcelona.https://www.ub.edu/ubtv/video/conferencia-henry-giroux-ired-2019
[2] Antropoceno designa una nueva forma de denominar a la época geológica en que nos encontramos considerando el impacto que la humanidad ha generado en el planeta. Una transformación de tal magnitud e irreversibilidad que justifica considerarla una fuerza de orden geológico. Mas allá de las lecturas críticas y muy pertinentes que el término ha suscitado desde perspectivas ecologistas, feministas, entre otras, parece haber ya acuerdo sobre el mismo en la comunidad científica mundial.
[3] https://es.mongabay.com/2022/07/se-traspaso-considerablemente-el-limite-planetario-de-agua-dulce-investigacion/
[4] Aconsejo acceder a este texto: “El currículum oculto antiecológico de los libros de texto”. https://www.google.com/search?channel=fs&client=ubuntu&q=El+curr%C3%ADculum+ocultoantiecol%C3%B3gicode+los+libros+de+texto
[5] Para acceder la lista completa ofrecida por Merenson, aunque siempre abierta pues la cosecha de zonceras nunca se acaba ver https://laereverde.com/2019/03/02/contribucion-al-manual-de-zonceras-argentinas-y-por-que-no-mundiales/
[6] https://ctxt.es/es/20220501/Firmas/39647/magia-ciencia-Isabelle-Stengers-covid.htm
[7] Boaventura de Sousa Santos. En interesantísima presentación en la Universidad de Barcelona. Disponible en https://www.ub.edu/ubtv/video/conferencia-boaventura-de-sousa-ired-2019
(*)Educador ambiental, trabajador de la administración pública de la ciudad en las áreas educación, ambiente y planeamiento urbano. Fue coordinador de varios programas de educación ambiental en provincia de Buenos Aires. Investigador independiente de la Universidad de Buenas Aires (UBA) formador en educación ambiental, docente de la Escuela de Maestros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Especialista en Gestión y Análisis de Políticas Ambientales.
Esta ponencia presentada en las I Jornadas de Educación y Ambiente – “Educación Ambiental: desafíos en el presente”, 26 y 27 de mayo, en la Universidad Nacional de Rosario, en el panel “Conflictividad y ambiente abordaje desde lo educativo”.
Publicado originalmente en La (Re) Verde como “Entre la ‘normalidad’ y el colapso, la Educación Ambiental debe ser mucho más que un abordaje del conflicto ambiental desde lo educativo”.