Son 320 kilómetros de una punta a la otra, desde las costas de Diamante hasta la desembocadura en el Plata, a orillas de Buenos Aires. Pero su geografía de cañadas, islotes y estacadas cambia sin cesar, parece indomable, tal vez infinita. Es el Delta del Paraná. En el siglo XIX inspiró dos modelos enfrentados de nación; en el siglo XX fue símbolo tanto del oprobio como del ocio y el lujo, en la dictadura fue refugio de luchadores. Hoy sufre su tragedia mayor.

 

Sarmiento vs. Sastre

Son 320 kilómetros de una punta a la otra, desde las costas de Diamante hasta la desembocadura en el Plata, a orillas de Buenos Aires. Pero su geografía de cañadas, islotes y estacadas cambia sin cesar, parece indomable, tal vez infinita. Es el Delta del Paraná. Domingo Faustino Sarmiento en 1857, observando a los lugareños, lo bautizó el carapachay, remitiendo al vocablo guaraní carapacho, que significa hombre rudo y sufrido. Fascinado por su prodigalidad, lo eligió para la prueba piloto de copiar el modelo de desarrollo agrario que había visto en California. El también educador Marcos Sastre, un año más tarde, lo nombró el Tempe argentino: le parecía el sitio ideal para reproducir el valle de Tempe, en Grecia, al pie del monte Olimpo. Exponente de la romántica generación de 1837, Sastre tiende a sacralizar y volver objeto de pura contemplación el mismo territorio que Sarmiento desea convertir en terreno privilegiado del trabajo a destajo y el lucro. Aunque geográficamente el delta ya era una bisagra, una frontera movediza, un territorio en disputa entre dos proyectos políticos antagónicos −la Confederación Argentina y el centralismo porteño−, a partir de los libros fundantes de Sarmiento y de Sastre será, definitivamente y hasta la actualidad, motivo y escenario de puja entre pasiones desmesuradas e inconciliables.

Fray Mocho, el límite

 

El que se impuso, aunque nunca del todo, fue el proyecto de Sarmiento: mientras Sastre fue echado de Buenos Aires y se refugió en una Paraná confederada, Sarmiento alcanzó la presidencia y convocó a toda la clase alta porteña a adquirir tierras por montos módicos e instalar, de paso, sus casas de fin de semana en la región. Así, y sin descartar el uso de la violencia contra los indígenas que habitaban el terruño, inician la colonización de la sección inferior del delta las familias patricias de la clase alta porteña, hasta hoy afincadas allí. Pero el panorama en el Delta medio y en el delta superior fue durante décadas muy contrastante: el entrerriano Fray Mocho (José Sixto Álvarez Escalada), en una novela fuera de serie, Viaje al país de los matreros (1897), catalogará −con rigor de periodista y de naturalista− dentro de la rica fauna deltiana toda una serie de especímenes inesperados entre los cuales halla delincuentes fugitivos, espíritus libres, hombres y mujeres salvajes e idealistas, prototipos de solitarios y de solidarios. En resumen: Fray Mocho expone ante las narices de la cruzada pseudocivilizatoria sarmientina un Delta que se resiste, que le pone límites, que se escapa y se burla de sus leyes y valores, ahí nomás, a pocos kilómetros de donde la petulante horda del orden y el progreso cree asentar su reinado.

Arlt, el sueño hecho pesadilla

 

Durante el siglo XX el Delta, ramificado, laberíntico, ha evocado hasta el colmo de la ambivalencia tanto la libertad como la opresión, el ocio como la explotación, lo bárbaro y lo civilizado, la pobreza y la opulencia. Roberto Arlt, maravillado por ese delta bipolar, cuando escribe sobre él ocho crónicas (que publica entre el 2 y el 10 de diciembre de 1941 en el diario El Mundo, bajo el título general de Los problemas del Delta), empieza elogiando la exuberante vegetación, la desbordante vitalidad… pero de golpe tuerce el rumbo del relato y la descripción es asaltada por imágenes de frutas y verduras que se pudren porque los acopiadores no las compran –pues especulan con bajarles el precio−. Si al principio Arlt expresa admiración por los organismos ciclópeos de los labriegos isleños, de pronto su tono bucólico estalla y retrata esos mismos cuerpos como deformados hasta la monstruosidad por el esfuerzo y las penurias. El de Arlt es un relato idílico que tropieza y se destroza en el suelo: Arlt representa la primera conciencia del siglo XX de que el sueño de Sarmiento (y cualquier sueño de la oligarquía ilustrada del XIX), al cumplirse, se ha vuelto ominosa pesadilla.

Delta trágico

 

La historia del delta del Paraná registra una profusión de tragedias. Por mencionar únicamente a escritores: Leopoldo Lugones se suicidó en 1938 en su casa deltiana. Haroldo Conti y Rodolfo Walsh, dos de los cuatro o cinco cerebros más brillantes de la Argentina de los años 70, se refugiaron entre sus riachos pero luego fueron apresados, ejecutados y desaparecidos por la última dictadura cívico-militar. Arlt mismo, quien le escribió a su segunda mujer, Elisabeth Shine, que al morir quería ser cremado y que sus cenizas fuesen arrojadas en la encrucijada de dos afluentes de la desembocadura del Paraná, vio cumplida su voluntad en menos de un año. Tenía apenas 41 cuando estipuló su deseo y apenas 42 cuando este fue cumplimentado, un mes de agosto, pero de 1942.

 

Ecocidio

 

Desde un punto de vista ambiental, el ensañamiento incendiario que hoy nos toca ver y que ya cumplió siete meses, es una tragedia inapelable. Pero desde un punto de vista histórico, ¿cómo cabe interpretarlo? Tal vez hay que concebirlo como una nueva Campaña del Desierto que aspira a arrasar esos frenos, señalados por Fray Mocho, que la naturaleza le ha puesto al dominio oligárquico. ¿Se trata de acabar con la condición ambivalente del delta, que subrayara Arlt, y colonizar por completo su ecosistema, aunque el precio de la colonización sea, una vez más, un pavoroso exterminio?

Durante demasiados meses las autoridades del país y de tres provincias −Entre Ríos, Santa Fe y Buenos Aires− han interpretado (o han querido que interpretemos) la sucesión de incineraciones de nuestro patrimonio socioambiental como parte de la misma historia de siempre: “se trata simplemente de la travesura estacional de la clase que usufructúa las extraordinarias rentas agrarias de la nación, que todos los años quema, ilegal pero impunemente, para sembrar más”. Pero esa historia no está repitiéndose: por el contrario, está en riesgo de llegar a su fin. La quema sistemática y permanente del delta parece ser el primer paso de una refundación histórica de su función social, económica y ambiental; el más importante y dramático relanzamiento del delta desde 1857.

 

La chanchada

 

Dos noticias de estos días: Noticia 1: se supo que hay un preacuerdo entre el gobierno nacional y su homólogo chino para trasladar a la Argentina las granjas porcinas que 1.500 millones de chinos ya no quieren tener dentro de su territorio por el riesgo sanitario altísimo que implican y por las consecuencias funestas que ya han causado en la salud de su población. La Argentina ya produce el alimento de esos puercos. Para, además de eso, criar los animales, hace falta “ganar” territorio hasta ahora “improductivo”. Desde el punto de vista del convenio en ciernes, ¿qué mejor lugar para arrasar y agregar hectáreas que los bosques del delta, tan cercanos al puerto de Buenos Aires? Feliz Xi Jinping.

Noticia 2: el gobernador de Entre Ríos, contador Gustavo Bordet, acaba de enviar un proyecto a la legislatura provincial para permitir el uso “productivo”, hasta hoy prohibido, de islas y humedales. El rechazo a la iniciativa ha sido apabullante, no sólo de parte de organizaciones de Entre Ríos sino también de provincias y países vecinos; y no sólo fuera del partido Justicialista, sino también adentro. La propuesta difícilmente prospere, pero mientras Bordet no envíe otro proyecto de ley, que prohíba la instalación en territorio entrerriano de feedlots donde los porcinos hacinados crezcan revolcándose en sus propios excrementos, no tendrá nada de descabellado considerar que al mandatario no le molesta demasiado el ecocidio en curso en el delta y que, con lógica sarmientina, lo avizora como espacio modelo para desarrollar el muy peligroso experimento que hasta los audaces asiáticos rechazan. La catástrofe de hoy, de proporciones ya históricas, podría estar “limpiando” el terreno para una catástrofe todavía peor: exportaríamos marranos, importaríamos pandemias y colapsos de todo tipo.

Tal vez no se pondrá de moda Marcos Sastre, pero hoy, dentro del humor social, no queda lugar para concepciones sarmientinas. El delta tiene un historial de hombres devorados. Y quien no tenga cuidado con él, puede súbitamente ver su capital político reducido a cenizas.

 

Marcelo Mangiante

Especial para ERA Verde

Foto de portada: Stefan Cosma – Unsplash