Nuevamente en cuarentena, nuevamente a escasa distancia, nuevamente con un viento en contra que hacía flamear la ropa en el tendedero, nuevamente como en 2017, como en 2019 y como el 24 de marzo pasado; nuevamente fumigaron a Lidia Moreira y a su anciana madre en su vivienda en el Sexto Distrito de Gualeguay. Por más que le dijo a la ingeniera agrónoma a cargo que frenara el mosquito, por más que le pidió que fuera otro día sin tanto ventarrón, por más que le puso las quejas a la policía que custodiaba la práctica, la fumigaron igual.

 

Y otra vez los vómitos, los mareos y la descompostura. Porque luego el primer episodio en la cual sufrió de cerca la pulverización con agrotóxicos en un campo vecino, el de 2017, la salud de Lidia Rosana Moreira quedó afectada.  Cuando los venenos se repiten y se hacen sentir en el aire sufre un ataque de alergia, se le cierra el pecho “con vómitos y mareos”, describe. Pero el arrendatario del lote lindante, donde siembran y fumigan, Carlos Flores, le dice “que los vómitos son psicológicos”, cuenta a ERA Verde que le dijo el hombre para prologar el relato de la nueva situación en la cual la rociaron de pesticidas.

 

Fue el viernes pasado, en horas tempranas de la mañana. A las 8 se presentó en su casa la policía, junto con los aplicadores que iban a trabajar en el campo vecino. Al frente de la comisión de uniformados Sócrates Aristóteles Garcilazo, a cargo del destacamento del Sexto Distrito, departamento Gualeguay. Como responsable técnica, la ingeniera agrónoma María Luciana del Sarto, matrícula 1.434, con asiento en Victoria.

 

La jornada de ese 17 de julio amaneció ventosa, con un soplo persistente del Este, justamente del lado donde se encuentra el terreno lindante a la vivienda Lidia y en donde se pensaba fumigar ese día. Estas condiciones meteorológicas, precisamente, les hizo saber la mujer a del Sarto, y que no podía fumigar por las condiciones del clima. La profesional le respondió que los instrumentos del mosquito aplicador le daban bien para pulverizar. “Si el viento no estuviera fuerte, el viento no mueve la ropa”, le contestó Lidia y le señaló cómo flameaban las prendas colgadas para secarse en el tendedero. “No quiero; hoy no”, imploró. Pero la ingeniera agrónoma no entró en razones. “Pasa que mañana va a estar más fuerte el viento; así que si me autoriza la policía, lo hago hoy”, dijo la técnica y con la venia policial dio la orden al operador para avanzar. “Justo venía mi madre caminando para la casa, y ni siquiera por la pobre vieja que venía caminando –con sus 91 años y con un Parkinson a cuesta– se dignaron a parar la máquina y dejar de fumigar”, lamentó Lidia.

 

Custodia policial

 

Garcilazo confirmó a ERA Verde que la aplicación estaba autorizada. Que del Sarto se presentó con diez días de antelación en el destacamento con la receta química de la pulverización, en “tiempo y forma”, y solicitó la custodia para la fecha programada. Garcilazo tiene otro parecer de la cuestión; afirma que la fumigación se realizó a una distancia mayor a los “50 metros que dice la Ley y el viento que había no afectaba la casa; entonces no había nada por hacer”, se excusó. El policía dijo que elevó las actuaciones por este conflicto a la Fiscalía de Gualeguay de turno en la Feria, a cargo de Pablo Benedetti. Garcilazo dice que la maquinaria agroaplicadra está monitoreada satelitalmente y que el viendo era de 2,5 kilómetros por hora y que, en definitiva, la Justicia dictaminará sobre la controversia.

 

Lidia plantea: “ellos dicen que supuestamente dejaron 50 metros (de distancia a límite de los campos), pero el viento venía para mi casa”, insiste y aporta sus pruebas de fotos y un video donde se ve al mosquito pasar cerca del alambrado esparciendo el agroquímico. Se ve la máquina que va y viene; se la ve desde la ventana de la casa de Lidia.

“Le pregunté a Garcilazo si no sentía el olor, y él me contesta: ‘El olor no quiere decir nada; es como cuando echas Raid en tu casa; también tenés olor’”, cuenta Lidia resignada sobre la labor policial. “Paso una hora y apareció Carlos Flores”, el arrendatario, pero con quien alquila el campo es un diálogo de sordos. “El señor me trató de loca. Me dijo que lo yo que tenía yo era psicológico. Que veía el mosquito y como que me agarraba la descompostura, vómitos, flojera de piernas, la cerrada del pecho, todo eso, dice, es psicológico según Carlos Flores”.

 

Carlos Flores le arrenda el campo a Alejandro Berlingeri, un joven hacendado con domicilio en Buenos Aires. Preocupados por la situación de Lidia, el Foro Ambiental Gualeguay se comunicó con Berlingeri. Le plantearon la cuestión con hincapié en la salud de la mujer y que la deriva en las aplicaciones en su propiedad la daña. Berlingeri recibió el mensaje, pero no hubo respuestas por el momento.

 

En Tribunales

 

Este no es el primer episodio en que fumigan a Lidia. El anterior fue 24 de marzo de 2020, y el responsable fue personal del grupo Maiocco Cereales, de Victoria. Los efluvios de agrotóxicos provinieron del otro campo contiguo que pertenece a la sucesión de Herminia L. Méndez de Boterri y otros. Anteriormente, el 2 de diciembre de 2019, también rociaron de veneno la casa de Moreira desde el mismo terreno de Méndez de Boterri y otros.

 

El del 24 de marzo, en tanto, trascendió públicamente y tuvo su correlato en la Justicia. El 29 de mayo de 2020 a Moreira le tomó declaración el fiscal auxiliar de Gualeguay, Jorge Gutiérrez, quien junto con su par María Delia Ramírez Scarpon, comenzaron una investigación. Pero la causa, en rigor, avanzó poco y nada. La denuncia de Lidia se perdió en la maraña burocrática ya que le solicitaron pericias y análisis bioquímicos para constatar su estado de salud que ella misma tenía que costear con dinero que no cuenta.

Lidia Rosana Moreira, el 29 de mayo, en los Tribunales de Gualeguay.

Y cuanto al primer incidente, cuando comienza a relatarse esta tragedia, se data en 2017, de una fumigación del campo que arrienda el mismo Flores. Cuando caían las luces de la tarde, y “a menos de 5 metros”, estando sentados en la puerta de casa, Lidia su pareja y su hijo, “nos taparon en polvo” del pesticida, evoca.

 

Ahora, la historia vuelve a repetirse. “Si salgo a detener la máquina, estando la policía, me iban a decir que soy una loca. Estaba aquí mi pareja y me veía cuando vomitaba, y se me cerraba el pecho. ¿De dónde me va a venir? ¿Cómo va ser psicológico? Si hasta la noche se sentía el fortísimo olor, pero peor”, detalla Lidia.

 

La mujer no baja los brazos, pero expresa cierta impotencia, porque ve en todo esto una fuerte desigualdad en el trato de las autoridades por su condición económica, cuando ve la policía custodiar a los fumigadores y “el pobre, que reviente”.

 

De la Redacción de ERA Verde