Por MAD (*). Cuando pensamos en el agua, en los ríos, en nuestra tan preciada mesopotamia, una de las primeras figuras que nos aparece es la figura del pescador como emblema de los ríos, como quién circula frecuentemente conociendo la territorialidad del Paraná y del Uruguay, conocedores del movimiento del cauce, de su vegetación y de sus peces más típicos según cada temporada. Sin embargo, generalmente no aparece la pregunta si existen mujeres pescadoras o compañeras de pescadores, hijas, nietas, hermanas, que también surcan el agua y las redes.

Julieta y Roberto en el camión con los pescados. Foto: Flia. Gómez Vera

En la búsqueda de esos relatos encubiertos conocimos a Rosa Vera, quien nos cuenta que se identifica como una mujer del río, creciendo a orillas del Gualeguaychú. El agua y la pesca forman parte de sus recuerdos, haciendo que nunca pasen hambre ya que, cuando era pequeña, junto a su numerosa familia, podían pescar y cazar; haciéndolo para autoconsumo.

Roberto limpiando los pescados para la elaboración.

Con el tiempo y sin pensarlo, la pesca y los productos de esta actividad son el sustento de la economía familiar. En el año 2000, durante la gran crisis económica de nuestro país, Rosa y Roberto, su compañero, al igual que muchas familias, tuvieron que pensar alternativas de trabajo; la pesca siempre estuvo en ambos, pero fue Roberto quien decidió incursionar en ella, ahora como actividad comercial. Rosa, al principio se resistió, sin embargo hoy puede decir que es un gran pilar para la economía familiar, y nos cuenta con orgullo, cómo trabajan juntos, destacando que gracias a esto, a sus hijos nunca les faltó nada.

Rosa haciendo milanesas. Foto: Flia. Gómez Vera

“En las fechas que no sale nada, como buenas previsoras, a nosotras las mujeres no nos falta nada, porque tenemos para sustentarnos”, cuenta Rosa entre risas. Cuando la pesca es buena, ella administra el dinero obtenido, reservando una parte para cuando hay escasez de peces en el río y de esta manera sobrellevar los meses sin pescados y sin ventas.

 

Rosa espera la llegada de Roberto, que viene con la pesca del día. En la casa, ya está todo limpio, impecable, no vuela ni una mosca y si bien hay olor a pescado, es un olor agradable, que invita a probar los frutos del río Uruguay; que Rosa, Roberto y Julieta –una de las hijas de ambos– procesan y transforman en alimentos para nuestras mesas. La presencia del agua es primordial para Rosa, aquí ya no con forma de río, sino transformada en agua para los hogares. Ella, además de mantener la limpieza cotidiana de la pescadería, utiliza el agua para la cocción de los alimentos, la limpieza general de la vivienda y el riego de la huerta familiar.

Rosa y Julieta en la puerta de la pescadería.

Este relato nos muestra que las mujeres vinculadas a la pesca artesanal, invisibilizadas en la foto del pescador y el río, tienen un rol fundamental, es un trabajo compartido y organizado familiarmente. Rosa, mujer de agua dulce, fluye entre los avatares comerciales de la pescadería, entre las crecientes y las bajantes del río, así como también entre la cotidianeidad familiar, la mesa servida, la ropa tendida, la educación y el cuidado de sus afectos.

 

“¡Sí que trabajamos las mujeres!”, dice Rosa remarcando esta frase, no sólo para nosotras, sino que parece reafirmar para sí el valor de su rol.

 

 

(*) Mujeres de Agua Dulce (MAD). Adá ug atá nádo (en chaná). Diamela Gianello, Mariana Lucher, Gisela Bértora, Melina Crettaz Minaglia e Irene Aguer.