Myriam Martínez es arquitecta paisajista, profesora ordinaria de la cátedra de Espacios Verdes de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNER. También imparte la Jardinería y Sociedad en la Tecnicatura en Jardinería, la carrera que se inauguró en 2020 en la misma unidad académica. Consultada por ERA Verde, la experta en infraestructuras verdes urbanas consideró que Paraná tiene menos superficie verde de lo recomendable y que, ambientalmente hablando, no es una urbe resiliente. Criticó la planificación “ciega, de espaldas al territorio” y estimó que a la ciudad le faltan unos 17.000 árboles.

 

–Los paranaenses solemos ser muy orgullosos del Parque Urquiza. Pero ¿tiene esta ciudad de 300.000 habitantes la cantidad y calidad de espacios verdes que su población requiere?

–En una investigación de la cátedra de Espacios Verdes relevamos los espacios verdes de Paraná. En el estudio calculábamos que “la disponibilidad de espacios verdes públicos arroja 8,33 m2/habitante, lo que se ubica por debajo de los 10 a 15 m2/habitante que considera óptimo la Organización Mundial de la Salud (OMS)”. La ciudad de Paraná tiene 251 espacios verdes públicos, 190 de ellos tienen una superficie menor a 5.000 m2 y representan en cantidad el 75,7% del total; hay 40 espacios intermedios, de 5.000 a 15.000 m2; y 21 espacios de más de 15.000 m2.

 

–Esos espacios verdes, en cuanto a su accesibilidad ¿cumplen en general con los estándares recomendados?

–Los espacios verdes de gran tamaño sí, tienen una cercanía satisfactoria. Pero los de mediano tamaño y los de proximidad están distribuidos de manera inequitativa, no tienen la accesibilidad geográfica necesaria, hay población a la que le quedan lejos. Respecto a accesibilidad física, en general los espacios verdes públicos de Paraná no están adaptados para una apropiación por parte de usuarios con movilidad reducida. Hay excepciones, la Plaza Alvear o la Costanera Nueva, que poseen rampas. Pero en general todavía no se cumplen las normas de accesibilidad física y urbanística. Ni en las veredas, también públicas.

 

Ciudad territorio

 

–En Paraná referentes políticos barriales suelen manifestarse a favor del entubamiento de los arroyos, mientras los ambientalistas y algunos colegios profesionales promueven el saneamiento. En el debate sobre las “infraestructuras azules urbanas”, ¿cuál es su punto de vista?

–Paraná ha crecido como ciudad de espaldas y ciega al territorio. La idea de la cuadrícula como normalizadora del diseño urbano nos ha llevado a querer normalizar el territorio en lugar de hacer ciudad con el territorio. Paraná está asentada, literalmente, sobre arroyos. Está comprobado que los entubamientos son una solución no sustentable, pero responden a la prescripción de la cuadrícula, que cada cien metros debe haber una calle, un cruce, que “te lleve del otro lado”. Un diseño que respete los cauces de los arroyos y sus cabeceras de cuenca implicaría una solución ambiental, sostenible y agregaría mucha resiliencia contra el cambio climático, pero también implicaría repensar cómo nos movemos en la ciudad. Pero limitaría al negocio inmobiliario la cantidad de terrenos construibles disponibles. Y la ciudad, desde hace varios años, crece al pulso del negocio inmobiliario sin tener en cuenta las problemáticas ambientales, territoriales y sociales.

 

–Para la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) la resiliencia urbana es la capacidad de un sistema urbano de absorber las perturbaciones y reorganizarse frente al cambio climático. ¿Es Paraná resiliente? ¿Qué haría falta para mejorar?

–No. Paraná no es resiliente. Tiene varias problemáticas ambientales: la ausencia de un sistema de infraestructuras verdes urbanas, que falta diseñar; una alta superficie territorial impermeabilizada: cauces de arroyos entubados y cementados, veredas sin superficie filtrante, que derivan en mala gestión de aguas superficiales durante las lluvias críticas; respecto de la temperatura, tenemos islas de calor: la escasez de árboles en el centro, sumado a podas incorrectas provoca que en los meses de calor partes de la ciudad se vuelvan intransitables. También hace falta una nueva perspectiva sobre el tránsito y deberían cambiar nuestras costumbres de circulación en la ciudad…

 

–La pandemia puso bajo un ojo crítico a los sistemas sanitarios de todo el mundo. ¿Qué consideración le merece la idea de salud que inspiró la construcción de nuestros hospitales, donde tal vez a la naturaleza no se le dio un espacio acorde a sus demostradas capacidades terapéuticas?

– Nuestros hospitales están pensados dentro de un paradigma de salud tan antiguo que la circunscribe a variables físicas. Por esto los nosocomios públicos tienen la forma que tienen. No cuentan con jardines terapéuticos ya que también tienen carencias desde lo específico: aunque un jardín terapéutico tenga una gestión de bajo mantenimiento, necesita gestión. Y esto implica más presupuesto en salud. También la educación: en las escuelas se debería estar pensando en espacios verdes de calidad, de aprendizaje y socialización para los estudiantes.

 

Déficit arbóreo

 

–¿Cómo evalúa el arbolado urbano de la ciudad?

–Desde la cátedra realizamos el censo del arbolado de Paraná en 2015. Se censaron 2.113 manzanas y resultó que había un faltante de unos 15.708 individuos. A este déficit sumale los árboles caídos durante una tormenta con vientos tipo tornado de más de 70 km/h. En ese evento cayeron unos 1.000 ejemplares. Hoy tenés 58.395 árboles. Se mantiene el fresno como el más abundante: en 1993 representaba el 27% y ahora el 31%, cuando lo ideal es que ninguna especie supere el 25 % en una ciudad. La especie que le sigue en abundancia es la palmera pindó, que escaló de 102 a 3.593 individuos por plantaciones espontáneas de los vecinos. El tercero es el sauce que aumentó 4% su incidencia respecto a 1993. Entre fresnos, palmeras pindó, lapachos rosados y negros y otros tenés 53% de la población arbórea paranaense. Hay un segundo grupo conformado por ficus, ligustro, ligustro disciplinado, jacarandá y crespón, que suman en conjunto un 17%, con porcentajes menores al 5% por especie. Pero el ficus, el ligustro y el ligustro disciplinado son especies no deseables en arbolado urbano. Una cuestión notable, característica, es que de las especies y sus porcentajes de presencia se desprende mucho de la plantación espontánea en veredas, algo que no ha conducido a niveles de biodiversidad suficientes. Y una biodiversidad suficiente protegería al sistema completo de eventuales daños por plagas o enfermedades de carácter intergenérico o interespecífico. ¿Qué significa esto? Hay plagas que van a atacar un determinado género de árboles o una especie. Si la especie está muy presente se pierde un porcentaje importante del activo verde de la ciudad. Esto ya pasó. Para el censo de 1993 la ciudad contaba con 11.758 paraísos. Para 2015 el paraíso disminuyó hasta los 1.643 ejemplares. Pudo deberse a la enfermedad de “amarillamiento”, producida por un micoplasma transmitido por una chicharrita. Los paraísos que se perdieron entre 1993 y 2015 (más de 10.000) representan el 64,4% del faltante actual. Sin esta pérdida estaríamos necesitando solo unos 5.500 árboles para completar el arbolado de alienación de la ciudad. En fin, Paraná y cada municipio debe generar un Plan de Gestión de Arbolado, cuya meta sea tener un arbolado completo y saludable, con mínimas podas, con plan de recambio y plan de nuevas urbanizaciones arboladas. También revisar las ordenanzas para llevarlas a nuevos paradigmas de sustentabilidad ambiental.

 

Marcelo Mangiante

Especial para ERA Verde