Por #FCAUNER (*) Cuando pisó Las Cuevas por primera vez, Mariana cargaba con el prejuicio de que iban a desconfiar doblemente de ella: por citadina y por mujer. Traía consigo el desafío de lograr que los lugareños le cuenten sobre la flora local y sus diferentes usos. El resto eran hipótesis de un trabajo que empezó como propuesta de tesis doctoral y, cuatro años después, se concreta en aportes reales a una localidad que la docente de la FCA, aprendió a querer.

La vista se le escapa desde el volante a la banquina. La sucesión de verdes la distrae. En los siete kilómetros de asfalto que cortan el pueblo a cuchillo, los ojos de Mariana se pierden en las plantas que bordeaban el camino de ingreso. Desacelera, ruega que nadie se cruce, va de sorpresa en sorpresa.

Lleva anotado el nombre de la responsable de la junta de gobierno para presentarse, tal y como le recomendó un ex-jefe del Área de Agricultura Familiar:

– Cuando lleguen a cualquier localidad rural, por respeto, lo primero es presentarse, contar sus intenciones y, después, pedir permiso – les repetía.

 

Un trabajo y un amor

 

Mariana Bertos es Ingeniera Agrónoma, docente de la Facultad de Ciencias Agropecuarias de la UNER y becaria del CONICET. En la búsqueda de una localidad cercana al Pre Delta que le sirviera como población de estudio llegó hasta Las Cuevas, un pueblo de pescadores y un sitio privilegiado a los ojos de la investigadora: allí la vegetación nativa en el ambiente mantiene un importante estado de conservación. Oro en polvo.

El proyecto nació como propuesta de tesis doctoral: “Utilización y conocimiento de la vegetación por parte de isleños y pobladores ribereños en la zona de influencia del Parque Nacional Pre Delta”, creció y se delimitó un poco más con la ayuda de un PID UNER denominado: “Dinámica socioeconómica y ambiental de territorios costeros y su articulación con el agua” y hoy está madurando como aporte al “Plan de Manejo del Sitio RAMSAR Delta del Paraná”: una apuesta al reconocimiento internacional para la conservación y el uso racional de los humedales.

Todo empezó cuando, en las clases de Botánica Sistemática, Mariana notó que los estudiantes se ´enganchaban´ al estudiar las utilidades de la flora nativa. O tal fuera puro contagio de sus propios intereses.

– Me gustan las plantas  y me gusta dar clases – sintetiza. – Quería permanecer en la Facultad, pero el ambiente es cada vez más competitivo y no podía quedarme quieta: me decidí a hacer un posgrado. Elegí el doctorado porque era gratis para los docentes de la casa. Y necesitaba un tema pero no lo tenía. Buscando qué hacer me entero de un curso de etnobotánica en Jujuy, no sabía ni de que se trataba pero igual fui.

El viaje fue premonitorio. La etnobotánica, esa palabra que ahora pronuncia casi tanto como el nombre de su hija, unía todo lo que la apasionaba. Ahí estaban las plantas, sus usos, y el componente adicional de trabajar con la gente.

Se apasionó con la disciplina. Hizo más cursos. Leyó, mucho. Pidió referencias, rescató trabajos viejos. Era demasiado bueno y no quería dar rienda suelta al entusiasmo sin estar segura. Pero sí: era la pura la diversidad de la flora y su rol en el ambiente.

 

La yerba de la oveja

 

El 11 de diciembre de 2019 la localidad de Las Cuevas pasó de junta de gobierno a comuna de 1° categoría. Para llegar desde la capital entrerriana, hay que recorrer 70 kilómetros por la ruta nacional 11 hacia el centro de la provincia; doblar a la derecha y entrar, todavía, 7 kilómetros más. La casas aparecen de a poco. Interrumpen el verde intenso pero no lo dominan.

Desde 2015, el ingreso está asfaltado. Es una calle larga que serpentea interrumpiendo la siesta. El silencio es sanador. Te abraza. La doble línea amarilla termina sin piedad ni aviso a pocos metros de un brazo del río Paraná que los lugareños denominan “Espinillo”, aunque en los mapas aparece como “Las Mangas”.

Visto desde arriba, el sitio es un enjambre de lagos, lagunas y riachos. Es el Delta que empieza a tomar forma.

Frente a la bajada principal, hay un islote con cinco bungalows semi destruidos. Ahí pasa Carlos Reynoso todo el tiempo que puede conseguir, tiene huerta y algunos animales.

– Si no fuera porque el Micael está tan enfermo, yo ni piso el otro lado.

Cuando Mariana llegó por primera vez traía consigo el prejuicio de que iban a desconfiar doblemente de ella: por citadina y por mujer.  Después de escucharla presentarse, la Presidenta de la Junta de Gobierno local, hizo dos cosas: primero la comprometió a que de todo el trabajo que realizara algo debía volver en forma útil para la comunidad y, recién después, le indicó como llegar a la casa de los mellis Leiva, guías de trekking y baqueanos de la zona.

Ese primer día los hermanos la llevaron a recorrer la costa, la barranca y el barrio Fátima, donde viven los pescadores. El miedo y el prejuicio de Mariana se fueron lavando junto con el mate.

Un tiempo después, mientras los visitaba, se cruzó con un primo de ellos que preparaba un quemadillo: mezcla de limón, cáscara de naranja, mastuerzo, azúcar quemada y otro yuyo que se utiliza para curar estados gripales. Este hombre le contó que al revuelto le agregaba ´yerba de la oveja´, que buscaba expresamente en un determinado lugar del ´monte grande´, porque no crecía en ningún otro lado.

El que hablaba era Carlos Reynoso y el quemadillo era para Micael, su hijo mayor, que padece distrofia muscular progresiva y en ese momento – enero de 2018- estaba resfriado y le costaba respirar.

Mariana miró la planta y no pudo reconocerla. Cuando volvió a su casa revisó catálogos interminables. No aparecía. Era vegetación nativa, pero no común: para conseguirla hay que adentrarse cuatro kilómetros y medio por el monte casi virgen.

Se obsesionó. Quiso saber más. Carlos en ningún momento cuestionó su interés. Le contó todo lo que sabía. Otro de los miedos de la docente: el que los lugareños fueran reservados con sus saberes, se desplomó.

En el intercambio con Reynoso empezó a conocerlo. Es oriundo de la zona pero se instaló en Las Cuevas ya adulto. Creció con su familia en el centro del monte grande, donde su padre tenía un acuerdo con el dueño de las tierras para ocupar el lugar a cambio de cuidar animales. Llegar hasta el pueblo llevaba una hora y era muy fácil perderse.

– Vivíamos en rancho de barro y paja. Papi armaba las piezas de 10 o 12 metros con  varas de chilca y de sauce. De las paredes nos encargábamos con mi madre. Pisábamos barro, bosta de caballo y pasto seco. Una casa podía durar hasta 10 años si la cuidabas. Las paredes se rajaban pero podía venir lo que sea que aguantaba.

Carlos aprendió de los mayores todo lo que sabe sobre el uso de las plantas. Si bien en la actualidad ese conocimiento se está perdiendo, el haber vivido tan aislados hizo que en esta familia perdurará.

– La vida en el campo era tranquila. Los inviernos eran lo mejor. Juntábamos mucha leña y nos quedábamos hasta las cuatro de la mañana a costa del fuego, todos unidos, tomando algún mate. Se nos escapaba la hora conversando.

Habla de su familia como de una unidad, pero llegaron a ser 18 personas viviendo en medio de la nada: padre, madre y 16 hijos.

– Ojo, fueron dos veces mellizos: dos varones y, después, dos mujeres.

Carlos es del primer par. Su hermano, Alejandro, lo acompaña, pero la familia se desintegró. Algunos se fueron. Muchos murieron.

– Tantos como si fuera la guerra de Malvinas.

Cuando el dueño del campo falleció, su heredero le revocó a Reynoso padre el permiso para vivir en esa tierra. Subieron a toda la familia en el acoplado de un camión y los depositaron en Las Cuevas con lo puesto y poco más. El responsable comunal de ese momento los autorizó a cruzar el brazo del río y vivir en los bungalows abandonados.

 

Quién dice qué

 

Cuando rema, cada movimiento de sus brazos es preciso: mecánico y efectivo. La canoa se mueve como si no pesara. Caben seis adultos y dos niños, cómodos. La embarcación avanza, cuesta un poco, hay camalotes, juncos y están los perros. Nadan justo al lado y a veces hay que frenar el impulso del remo para esquivarlos.

Desde que vive en la isla frente a la bajada de Las Cuevas, Carlos no para de extrañar. Añora la soledad y la vida en familia dentro del monte.

– De lo que pasaba afuera sabíamos poco. Apenas una radio que hacía grsijsshh, pero siempre había algo para contarse: nuestros padres nos preguntaban sobre algún animal, por nuestros trabajos en el día y nos decían: “si no lo hiciste, mañana lo tenés que hacer”. Hablábamos de las plantas que habíamos visto.

En ese ambiente, aprendió casi todo lo que sabe sobre los usos de la flora local: componentes medicinales, comestibles, combustibles y para la construcción. Aunque se ríe avergonzado cuando se lo mencionan, ese conocimiento es valioso. Para Reynoso, es la vida misma, mezcla de supervivencia y cotidianidad.

– Todos trabajamos, hasta los más chiquitos. Cada uno tenía una tarea. Eso sí: ni un mate hasta que fuimos grandes. Sólo los adultos podían tomar.

A pesar de ir buscando justamente eso, a Mariana aún le sorprende la conexión que la gente del lugar mantiene con la vegetación que lo rodea.

– Tiene una capacidad admirable para observar el entorno: buscan puntos de referencia para moverse dentro de la isla o del monte, puede ser una planta o un espacio abierto donde existe determinado árbol. Lugares a los que ellos bautizan con nombres locales. Van armando un mapa mental que impresiona. Es un vínculo real con el ambiente.

En 1978, Richard I. Ford estableció una definición disciplinar de la etnobotánica que ampliaba las que existían hasta ese momento: al estudio de las plantas, su manejo y usos tradicionales por parte de determinadas poblaciones originarias, le sumó la implicancia cultural de esa interacción.

Un ejemplo concreto es la  investigación que lleva adelante la docente de la FCA: tiene por objetivo realizar un relevamiento de la flora del pre-delta del Paraná y del vínculo estrecho que los lugareños tienen con la vegetación.

Al principio, la educación recibida como estudiante de ingeniería, la llevó a elaborar encuestas estructuradas y cuantificables. Pero cuando intentó implementarlas pidiendo, por ejemplo, ´ordename de mayor a menor la mejor leña´, las respuestas se perdían en un montón de detalles sobre esa leña, las historias de cómo las juntaban, donde se la conseguía y así.

Decidió entonces mantener las entrevistas abiertas como metodología. Ahora acumula horas y más horas de charlas con información que califica de ´sumamente valiosa´. Reconoce, además, que una de las cosas que más disfruta es del relevamiento de campo.

– Me encanta hablar con la gente.

 

Qué hago con lo que sé

 

Cuando la presidenta de la Junta de Gobierno de Las Cuevas le pidió una devolución para el pueblo, Mariana sonrió. No era pura cortesía. Lo tenía muy claro:

– Estudié en la universidad pública, por supuesto que hubo esfuerzos de mis viejos, pero accedí gratuitamente a una carrera. O sea, gracias a los impuestos que todos pagamos. Y siempre desee que mi profesión sirviera para devolver algo de todo eso.

No es una frase repetida. Hay convicción en lo que dice. Las palabras se vuelven cada vez más contundentes. Pesan.

– ¿De qué sirve terminar el trabajo y llevarle una copia de mi tesis? Tiene que ser un aporte real.

Con eso mente, la docente tradujo su investigación en actividades concretas:

En septiembre de 2016 colaboró con la FCA-UNER en la organización del curso de posgrado en Cartografía Social a cargo Claudia Zeferino Pires y Dirce María Antunes Suertegaray, en un primer paso para recopilar información sobre el territorio a través de la interpretación de mapas por parte de los lugareños.

El 31 de octubre de 2017, llegó con el taller “Tintes vegetales de especies de la provincia de Entre Ríos”, junto a Vanina Martínez y Marcela Giménez. Apoyados por el Jardín Botánico Oro Verde, el INTA y la junta de gobierno de Las Cuevas, trabajaron con cerca de 30 pobladores utilizando flora nativa para colorear lana de oveja y fibras textiles naturales.

El aporte al Plan de Manejo sitio RAMSAR (de humedales protegidos) es parte de este horizonte. La designación del Delta del Paraná como “Humedal de Importancia Internacional”, a fines de 2015, y la creación del “Comité intersectorial de manejo”, en 2017, es apenas el primer paso en este enorme proyecto. Las posibilidades de crear puestos de trabajo a través del turismo son muchas, aunque las opciones para implementarlas son complejas. Avanzar sobre la localidad sin modificar su ambiente e idiosincrasia requerirá de cooperación gubernamental en diferentes niveles.

Pero la docente aún no se conforma. La investigación todavía está en marcha, por eso sigue trabajando, quiere compilar un listado de las plantas locales y de sus usos en alguna publicación que sea accesible para los lugareños; establecer senderos para que los amantes de la flora puedan recorrer; generar manuales para que los alumnos de primaria conozca la vegetación que los rodea. Y mil ideas más, que aparecen o se caen según los financiamientos y las barreras administrativas interfieren.

A la convicción de ayudar y devolver, se le suma algo más:

– Lo que pasa es que me encariñé.

Cuando se entusiasma, Mariana habla rápido. Pura cepa entrerriana. Cada paso que da en su trabajo, es un desafió que se renueva. Primero recorrió el pueblo, después la costa, en otro viaje cruzó a la isla, en enero de este año se adentro en la espesura del monte grande. No sólo fue aprendiendo y relevando información, de cada lugar le quedaron anécdotas de enamorada. Las revive y le brillan los ojos.

Cuando empezó a contar sobre la investigación, su familia, amigos y mucha gente de su profesión empatizó enseguida. También tuvo comentarios negativos de algunos de sus pares. Pero se mantuvo firme. Tomó los desaires y los volvió fuente de energía.

Sostiene con firmeza que la conservación del ambiente está fuertemente atada a mantener vivos determinados elementos culturales. Se trata de factores dinámicos y estrechamente vinculados.

– Que la gente sepa de determinadas prácticas asociadas a la utilización de una especie, hace que la conserve.

No se trata sólo de saber que la grasa de iguana sirve para curar quemaduras, el palán-palán es bueno para madurar granos o la corteza de espinillo sirve para lavar heridas.

– Hay que entender que este conocimiento es propio de una cultura y que fue heredado de generación en generación, tienen una importante trayectoria de prueba y error que no debe ser sacada de contexto.

El mejor ejemplo está en lo manejos medicinales: además de saber qué vegetación utilizar, hay que conocer qué parte de la planta usar, de qué modo hay que lavarla, si debe o no dejarse secar. Si se trabaja cruda o hay que macerar, hervir, mezclar con otro producto. Por cuánto tiempo. En qué momento se aplica y con qué dosis. Si se ingiere o se utiliza de forma cutánea.

– En la actualidad hay un planteo muy fuerte para volver a lo natural. Como profesional, trato de ser muy prudente en este tema. Aprender primero para saber cuál es el uso adecuado de cada elemento.

La investigadora no pasa por alto que hoy los ambientes están modificados. No podemos pensarlos como hace 40 o 50 años. Es un cúmulo de conocimientos que va cambiando y que hay que considerar para no caer en errores graves.

– Algunos sectores sociales están queriendo volver al uso de plantas medicinales. Hay que tomar esa demanda y pensar multidisciplinariamente cómo abordarla: tal vez sea necesario trabajar de manera conjunta con médicos, farmacéuticos y agrónomos.

 

La meta

 

La puesta en valor de los conocimientos que Mariana rescata permitiría, entre otras cosas, ayudar a la conservación de determinadas especies nativas y al resguardo de los saberes locales. Los estudios etnobotánicos recién están surgiendo en Entre Ríos. Entre los usos de la flora local se cuentan los medicinales, comestibles, de construcción, veterinarios o los forrajeros, estos últimos, de gran importancia para la ganadería de islas características del Delta.

Mejorar la calidad de vida de los lugareños y cuidar los humedales es el objetivo del RAMSAR. Parece simple, pero la pobreza está en todos los rincones, en todas las historias. Limita. Disuade. Los pocos que logran estudiar, no vuelven.

Y están aquellos que aman su lugar y su forma de vida.

Carlos reconoce que a veces no sabe ni la fecha. Se le pasa hasta su cumpleaños.

– Mi vida es otra cosa. Yo le presto el mil por mil de atención a los animales, al agua, salgo a mirar un árbol. Con el Alejandro, a veces nos vamos caminando hasta el monte donde vivíamos, nos sentamos lejos de todo. Es pura tranquilidad. No nací para viajar.

Después de su tesis, más allá de los proyectos, por encima de lo académico, Mariana mantiene claro que se trata de trabajar con y para la población local sin modificar sus costumbres.

Una apuesta para que la investigación que realiza se concrete como aporte a la reconstrucción del tejido social de Las Cuevas. Así se traduce ese deseo de ´devolver a la sociedad´ lo que la universidad nacional, pública y gratuita, le ofreció.

 

(*) Crónica publicada por la Facultad de Ciencias Agropecuarias de la Universidad Nacional de Entre Ríos sobre la docente y graduada Mariana Bertos.