Por Jorge Daneri (*). Villa Urquiza tiene algunos privilegios, quizás el más conmovedor es su paisaje, la textura de sus barrancas embriagadas de curvas esculpidas por la belleza de la Pachamama.
Sus mujeres fueron movilizando sentipensares de sus selvas en galería. Mi madre pintando sus colores, conversando con picaflores en los senderos silenciosos, un mate, la tela, los pinceles y el bastidor.
Y de golpe, los conciertos alucinantes de aves multicolores sobrevolando el corredor biocultural que la acaricia desde su área natural protegida del río Paraná Medio.
Hace un tiempo vecinos vienen desde sus diálogos de saberes populares y académicos, esculpiendo normas jurídicas, comisiones de preservación; otras de arbolado, y más aún sin ser todavía, como un delicado compromiso con iniciar un proceso de construcción social del ordenamiento ambiental territorial de la Villa toda en su ejido no menor.
Unas y otros intentando encontrar o redescubrir caminos donde la preservación de identidades, sentires y reinos de vida, sean un cambio de tendencia a esta voracidad ilimitada de un llamado progreso muy mal comprendido, menos aún el desarrollo centrado en más y más autos.
Desmonte, desalojo y temores de derrumbes en las barrancas de Villa Urquiza
La Villa no necesita a un poco más de media cuadra de la bajada–subida principal e histórica, una nueva. Con las dos asfaltadas, ya es suficiente.
La Villa necesita darle sustancia de caminantes a su o sus selvas en galería que son una bendición de la madre tierra. Son corredores ya previstos en sus recientes normas, y es eso sí una celebración de la democracia local.
La Villa necesita no abandonar la escala humana y profundizar la recuperación de sus historias, de aquellos relatos que, en el banquito del Museo Histórico en su principal Plaza, seres luminosos trasmitían y comparten aún hoy con sus nuevas generaciones de juventudes que, en ella, se quieren quedar, convivir, compartir y sostener como modo de vida, esa línea de dignidad que los antiguos desde la Estancia Jesuítica y aún antes, como desde los italianos, alemanes y vascos, nos han legado.
Y como en algún viejo artículo de El Diario de Paraná, quizás un trencito de trocha angosta que nos pueda acercar a la capital o traer a los visitantes de un modo mucho más sano que esta historia de asfaltos para autos junto a un río que necesita humanos en sus canoas de pescadores, en sus kayaks, con sus bicicletas, con su paso meditativo y reconciliador con los otros mundos.
La Villa nos necesita en la mesa redonda de su Concejo Deliberante, en ese lugar parlamentario que cada día se intenta, en escalas mayores negar dándole la espalda y que es lo que aún más debemos reivindicar, la mesa redonda de los consensos, manifestación del amor colectivo, comunitario por nuestros bienes naturales comunes y sus territorios bien públicos.
Como Raúl Alfonsín nos sigue convocando, transitar hacia la construcción social de comunes denominadores para efectividades conducentes, con una fuerte legitimación social. De alguna manera, del ejercicio de las herramientas de la democracia ambiental, se trata.
Foto de portada: “Villa Urquiza mirando la Isla del Chapetón”.
(*) Abogado ambientalista, vecino de Villa Urquiza.