Por Américo Schvartzman (*). El ingeniero agrónomo entrerriano Nicolás Indelángelo integra la Red de Técnicos en Agroecología del Litoral. En esta entrevista asegura que lo que se presenta como un gran logro de la ciencia argentina tiene severos riesgos para la salud de la población y ahonda el camino de dependencia de agroquímicos del cual la producción rural debería comenzar a salir.

 

A comienzos de octubre se conoció la aprobación oficial de la “semilla, los productos y subproductos derivados provenientes del trigo IND-00412-7”. La Resolución 41/2020 del Ministerio de Agricultura informaba la aprobación tramitada por el Instituto de Agrobiotecnología de Rosario (Indear S.A.). Indear es una empresa mixta con participación de la empresa Bioceres y del Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina), es decir el Estado. Bioceres, a veces llamada la “Monsanto argentina”, cotiza en Wall Street y entre sus accionistas más conocidos están Gustavo Grobocopatel y Hugo Sigman, dos empresarios emblemáticos del modelo agroindustrial que está por sobre cualquier grieta. En octubre de 2018, el Estado autorizó la comercialización por parte de Indear de una variedad de soja genéticamente modificada, con tolerancia a la sequía y al glifosato.

 

La noticia tuvo impacto internacional: es el primer trigo transgénico del mundo aprobado. El Conicet difundió como un gran avance esta noticia, y lo mismo hicieron la mayoría de los medios, tanto afines al gobierno como opositores: “Desarrollada por un grupo de biólogos/as moleculares e investigadores/as argentinos/as, liderados/as por la investigadora Dra. Raquel Chan, directora del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL, Conicet-UNL), en alianza con la empresa argentina de biotecnología agrícola Bioceres, la tecnología HB4 permite obtener semillas más tolerantes a la sequía, minimizando las pérdidas de producción, mejorar la capacidad de adaptación de las plantas a situaciones de estrés hídrico y dar mayor previsibilidad a los rindes por hectárea”, indicó el comunicado del Conicet.

 

Pero en distintos sectores –en especial de la agroecología, grupos ambientales y de la “ciencia digna”, incluso del propio Conicet– se han encendido las alarmas. Por eso dialogamos con un experto de nuestra provincia, el ingeniero agrónomo Nicolás Indelángelo, para comprender un poco más sobre el tema.

 

–¿Cómo explicarías lo que sucede a alguien que no sabe de qué estamos hablando?

–Es un desarrollo que se hizo en la UNL (Universidad Nacional del Litoral) y al trabajo lo encabezó la investigadora Raquel Chan, galardonada por Cristina (Fernández de) Kirchner en su gestión. Es un trigo que tiene genes de girasol y, entonces, cuando falta un poco el agua, esos genes permiten que no se detengan los mecanismos de crecimiento. Con esa modificación genética podría soportar períodos de falta de agua sin mermar tanto el rendimiento. Pero tiene otros genes que le dan resistencia al glufosinato de amonio, un herbicida pariente del Paraquat y del glifosato, que es secante para un amplio espectro de plantas. Y en los estudios hechos, es 15 veces más tóxico que el glifosato, el herbicida más usado.

 

–Por eso la alarma desde diferentes espacios…

Venimos alertando que hay un modelo de agronegocios que tiene un pilar, que es esta tecnología que nada tiene que ver con la vida y con la producción de alimentos. Este uso masivo de agrotóxicos, de fertilizantes de síntesis química, compromete las posibilidades de la vida a partir de la contaminación del ambiente y la exposición humana a esa contaminación. Los pueblos se han enfermado muchísimo en los últimos 25 años. La Argentina se ha convertido en el país que más agrotóxicos por habitante utiliza en el mundo. En el campo argentino está la mitad de los productores que había en la década del 70. Así que lejos de ser un avance científico-tecnológico es la profundización de un modelo que tiene consecuencias negativas. Por supuesto que hay unas pocas empresas que con esto hacen mucho dinero, pero para la mayoría de la gente, es todo lo contrario. Si esto avanza, el ciudadano de a pie, en cada ciudad entrerriana, va a consumir una harina que va a tener esta transgénesis y los agrotóxicos derivados de esa transgénesis. Las harinas de hoy ya están contaminadas con residuos de herbicidas y esto agravaría la situación, sumado a los efectos que tienen los transgénicos en los mamíferos. Y nosotros somos mamíferos, claro. Es grave porque los derivados de la harina son de consumo masivo, y se expondrá, a través de la alimentación, a la población a estos tóxicos que ya tienen demostrados los efectos en nuestros sistemas endócrino, neurológico, reproductivo.

 

–Vos mencionabas a Raquel Chan, la principal investigadora de este trigo transgénico, pero es un laburo que, además, se realiza con una empresa a la que algunos le llaman “la Monsanto argentina…”

–Sí, se llama Bioceres y uno de los dueños es la familia Trucco, al frente está el hijo (Federico) de quien presidía Aapresid (Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa), Víctor Trucco. Usan mecanismos de asociación con instituciones del Estado, con universidades, con el Conicet, para beneficiarse con toda esa estructura científico-tecnológica. Que se financia con con nuestro laburo, con nuestros aportes. Esto tiene que ver con la desfinanciación de espacios académicos, científico-tecnológicos que se vieron obligados a salir a buscar financiamiento. Y lo encuentran con estas asociaciones entre lo público y lo privado, todo esto en un marco de “legalidad”, entre comillas, con mecanismos que están permitidos pero que, lejos de responder a los intereses de quienes financiamos ese sistema, se ponen al servicio de estas empresas.

 

–Y así las empresas se aprovechan de la estructura del Estado…

Los mismos empresarios, cada tanto, se meten en las esferas estatales, en el Senasa (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria), en la Conabia (Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria), en un mecanismo que la cineasta francesa Marie-Monique Robin describe como “de puertas giratorias”. Están un tiempo en la esfera pública, cumpliendo alguna función que le permite profundizar las bases jurídicas y legales para sus negocios, después salen de ese organismo público y vuelven a la esfera privada a potenciar su actividad. Así es el caso de varios que han pasado por la función pública y profundizan desde ahí las posibilidades de acción y potenciando empresas como Bioceres, como las de Hugo Sigman con su desarrollo de fármacos, tanto para uso humano como agropecuario. Esas alianzas entre el sector científico-tecnológico y las empresas privadas dan como resultado estos monstruos, alianzas complejas que a ellos les funcionan muy bien. Un aspecto que no hay que dejar de mencionar es que estos eventos transgénicos que desarrollan Bioceres, Monsanto y demás buscan que la agricultura se siga instalando en ambientes donde es necesaria la dependencia de insumos. Llevar la agricultura al norte de la Patagonia hace unos años parecía una locura. La Patagonia podría tener otros usos. En la región pampeana esto se da por la pérdida de fertilidad natural de los suelos. Estos eventos están desarrollados para que siga funcionando la lógica del productor de ese insumo, que es costoso y ese es el negocio de ellos. Los mismos empresarios que desarrollan estos eventos genéticos son los que venden los insumos para que después ese evento desde la siembra llegue a cosecha. Cuando digo insumos me refiero a fertilizantes y agrotóxicos: fungicidas, insecticidas, herbicidas.

 

–¿Hay reservas para impedir que esto avance o crees que es un hecho consumado?

Habría que chequear en qué estado está el proceso, porque estaba ad referendum de los principales compradores, como Brasil, y hubo voces de la industria molinera brasileña que se oponían. Pero creo que si no se aprueba ahora van a seguir insistiendo hasta lograrlo. Hace poco se presentó en el Ministerio de Agricultura lo que se llamó “Iniciativa 200 millones de toneladas de granos”, están queriendo llevar a esos niveles de producción por año. Para esto tienen que expandir la frontera agrícola argentina, porque el crecimiento de producción por unidad de superficie no tiene el ritmo esperado, no hay posibilidades por la degradación del ambiente. Entonces, sí o sí hay que crecer en superficie. Y también hay que poner en escenario el memorándum que, según la Cancillería, se va a retomar en noviembre con la intención de firmar con la República Popular de China para la producción de millones de toneladas de carne de cerdo que China dejó de producir por la peste porcina. Y complejizando esto, la necesidad de dólares que tiene el país para cubrir sus obligaciones externas. Todo esto hace pensar que, si no es ahora, van a avanzar en algún momento, porque los objetivos “macro” están ahí.

 

–Pero hay una resistencia que se escucha: más de mil científicos del propio Conicet y de 30 universidades públicas nacionales se expresaron en rechazo al trigo transgénico

Yo creo que sí, que esta carta de los científicos es muy importante, porque viene de un sector que tiene sus argumentos para esgrimir. Debería ser más que escuchado. Y hay voces en contra de los propios productores, porque ese trigo es resistido en todo el mundo y podría haber problemas para la comercialización. Pero soy cauteloso: si se frena ahora creo que será una cuestión temporal, pero siempre va a estar ahí, a la espera. Si no es un trigo será otro maíz o una papa. El sistema del agronegocio necesita ese tipo de eventos. Está cambiando el escenario ambiental, están apareciendo malezas que resisten a los herbicidas que se usaban antes, entonces se necesitan nuevos herbicidas para que los números sigan rindiendo y el agronegocio se reinventa permanentemente, y en esta reinvención está todo el tiempo presionando para que esas cosas se autoricen.

 

–¿Qué otros riesgos ves?

–Otro aspecto muy grave es que el trigo que no sea transgénico se va a contaminar: va a ser fecundado por el polen de los trigos transgénicos, como pasa con el maíz y con otros cultivos que son de polinización abierta. El polen se mueve miles de kilómetros, es imposible controlar la contaminación. Hoy, cualquier chacarero que tenga en guarda una variedad de maíz, si hace un análisis va a encontrar que tiene un porcentaje de contaminación con transgenes. Ese es un aspecto muy grave que atenta contra la autonomía y el poder de decisión de chacareros que no quieren optar por esta tecnología y se ven violentados en esta situación de contaminación.

 

–¿Existe algún estudio que analice qué pasa cuando los seres humanos consumimos este tipo de trigo que contiene glufosinato de amonio?

–Sí. Los científicos que venían alertando sobre este herbicida y su posible rol de cuasi glifosato empezaron a investigar y han concluido que es neurotóxico, que afecta de manera similar a otras drogas que ya se venían usando. Son estudios de organismos estatales, pero que no lo hacen desde estudios de procesos de aprobación. Porque la legislación permite que sean las propias empresas las que presenten los estudios. Obviamente, esos estudios, por la duración o por las metodologías, buscan ocultar los efectos del uso, tanto de agrotóxicos como de transgénicos, y son aprobados sin demasiado control. La gravedad es que nosotros, en el Senasa, tenemos al mismo tiempo el organismo de aprobación y de control. En otros países están en organismos separados, entonces hay un poco más de tutela con estas cosas. En Argentina eso es pasar del primer al segundo piso del mismo organismo.

 

–Parece perverso presentar esto como una cuestión de orgullo nacional, decir “es un invento argentino, nos permite pasar a la vanguardia internacional”…

–Sí, se presenta así, pero para mí es lamentable que Argentina siga pensando que no podamos salir del modelo agroexportador. Eso no nos debería generar ningún orgullo. Deberíamos estar rompiéndonos la cabeza para ver cómo salimos de eso porque, en realidad, se nos ha asignado el rol de producir proteína barata para alimentar la producción de carne de las grandes poblaciones mundiales. Estamos haciendo eso a costa de nuestro ambiente y de nuestra salud. Estar orgulloso de ese rol es un poco obsceno. Deberíamos estar pensando en otras cosas para sentirnos orgullosos.

 

Foto: Diana Orey.

(*) Publicado en revista Análisis del 12 de noviembre de 2020, en base a una entrevista realizada por el programa radial de la Cooperativa El Miércoles que se emite los martes, de 22 a 24, por Radio Nacional Concepción del Uruguay y en dúplex por Radio UNER.