“Para el que mira sin ver, la tierra es tierra no más”.

Atahualpa Yupanqui.

Por Ricardo A. Juárez e Irene Aguer (*) Partiendo de materiales de la tierra primigenia, hace 30 millones de años, surgieron en el planeta las primeras células. A partir de ellas, la vida explotó miles de veces en una multiplicidad de colores y formas. Podemos preguntarnos entonces, ¿por qué no nos quedamos siendo una sola especie de bacteria? ¿Cuál es el impulso que lleva a la diferenciación? ¿Por qué y para qué la historia evolutiva nos muestra la importancia de las diferencias?

 

La respuesta a estos interrogantes es una palabra mágica: “cambio”. El universo cambia, y nuestro planeta baila a su ritmo, y he ahí donde el pensamiento dominante de la humanidad de estos tiempos se equivoca, en pensar que las cosas siempre serán iguales. El mundo cambia y, para que la vida siga adelante, es necesario que exista diversidad de formas, seres, genes, relaciones y especies interrelacionadas entre sí y el ambiente. Todo se da vuelta y cambia rápidamente y muchas veces aquellos que dominaban pasan a extinguirse dando paso a los dominados, que volverán a dominar y a extinguirse nuevamente, porque la vida es constante cambio y sólo es posible afrontar el cambio a partir de la diversidad.

 

El mundo actual, cambiante y diverso presenta una especie que se ha dispersado por toda su extensión; esta especie ha logrado adaptarse a todas la circunstancias, climas, terrenos, etc. Sin embargo, sabemos que cuando una especie aumenta desproporcionadamente su número, comienza a ejercer una presión insostenible sobre los recursos que utiliza, los recursos se agotan y, de no mediar cambios, la especie podría llegar a extinguirse o quedar diezmada por plagas y enfermedades que reduzcan drásticamente sus números. En el mundo actual la especie humana no sólo ha colonizado todos los territorios colonizables, también los ha destruido, debido al pensamiento hegemónico dominante, que considera a la diversidad biológica y cultural como una mercancía y no como bien común.

 

En el informe de IPBES 2019 (Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos) destaca “el hecho de que los pueblos indígenas y las comunidades locales han creado una diversidad de sistemas agroforestales y de policultivo, que ha aumentado la biodiversidad y ha moldeado paisajes. Sin embargo, la disociación de los estilos de vida del entorno local ha deteriorado, para muchos, su sentido de lugar, la lengua y el conocimiento local indígena. Más del 60% de las lenguas de las Américas y las culturas asociadas a ellas están en dificultad o en peligro de extinción.”

 

El actual estilo de vida conlleva la contaminación de los suelos y el agua con venenos, la contaminación del aire con sustancias altamente tóxicos, la destrucción de las selvas y los bosques para dar paso a la agricultura industrial, las urbanizaciones, la caza y la pesca industrializada, la utilización de toneladas de derivados de petróleo como los plásticos, la emisión de toneladas de contaminantes derivados de la quema de combustibles fósiles a la atmósfera y la destrucción de los humedales lo que ha iniciado un proceso de extinción en masa que pone en serio riesgo la subsistencia.

 

Si pudiéramos ver lo que contiene un vaso de agua obtenida de un río en cualquier lugar del mundo, podríamos ver varias decenas de plaguicidas; un exceso de nutrientes; contaminantes emergentes como productos farmacéuticos y veterinarios, hormonas, antibióticos, anticonceptivos; puede además contener microplásticos, contaminantes tóxicos como los organohalogenados provenientes de las industrias, toxinas producidas por algas que se reproducen y dispersan gracias al aporte de nutrientes provenientes de la  agricultura, metales como plomo o mercurio, también aluminio, berilio, zinc, níquel derivados de la minería, la industria y los basurales a cielo abierto.

 

¿Existen posibilidades de que esta realidad cambie? Claro que sí, aunque ello requiere del esfuerzo de miles de ciudadanos comprometidos con el cambio de rumbo que se contraponga al pensamiento único/dominante. Un mundo basado en la agroecología, la soberanía alimentaria, la producción local de alimentos y materias primas, el desarrollo de tecnologías limpias es hoy más posible que nunca. Nunca la humanidad estuvo tan preparada para realizar los cambios necesarios, recuperar los saberes ancestrales, combinarlos con nuevas tecnologías, comunicarlos por las autopistas de la información. Cada día miles de personas ponen una semilla en una maceta y esa pequeña acción cambia sus vidas para siempre, recuperan aquel saber ancestral que está en nuestros genes y que enseña cómo producir el propio alimento para afrontar la escasez. Cada día miles de jóvenes y no tanto aprenden a cultivar sin veneno, a producir energía sin ensuciar, a montar sus bicicletas para recorrer el mundo. Estos cambios son los que deben ser acompañados e impulsados por las políticas de los gobiernos, no alcanza con declaraciones de interés o mediadas tomadas a medias. En definitiva el futuro de la biodiversidad y por ende de la humanidad depende del esfuerzo tanto individual como comunitario, hoy el cambio no es sólo necesario, sino que se nos presenta como la única alternativa.

 

En la lista roja

 

Fuente: Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

 

En Argentina con una gran diversidad de ecosistemas, alberga más de 100.000 especies de artrópodos, 10.000 de plantas vasculares, 1.002 de aves, 978 de peces, 406 de reptiles, 385 de mamíferos y 178 de anfibios. De estas especies, UICN estima que alrededor del 25% se encuentra bajo amenaza de extinción.

 

Según el IPBES 2019, las cinco causas principales del deterioro ambiental y de la pérdida de biodiversidad son:

1- Cambios en el uso del suelo, agricultura, minería, explotación forestal

2- Explotación directa de los organismos, pesca y contaminación del suelo

3-Cambio climático

4-Contaminación

5-Especies exóticas invasoras.

(*) Ricardo A. Juárez es magister en Ecología e Irene Aguer es licenciada en Biodiversidad, integrante de la Unidad de Vinculación Ecologista (UVE) de Fundación La Hendija.